El Barroco, en donde nos quedamos, nos deja de a poco. Llega el año 1730 y la presencia religiosa se ve cada vez menos. El hombre sólo se preocupa por el hombre y lo demuestra. Se vuelve romántico y cursi.
El Rococó nació en Francia a mediados del siglo XVIII y se desarrolló entre el 1730 y el 1770 aproximadamente. Un período muy corto, si tenemos en cuenta la duración de los períodos anteriores. Si hasta ese entonces el artista era contratado en su mayor parte por organizaciones de poder (Iglesia, reyes, etc.), en éste período pasó a estar casi solamente al servicio de la burguesía y la aristocracia. Comenzó el mercado del arte, (que se presentó en su totalidad por y para el lujo y las fiestas) y se definió por el gusto por los colores luminosos, suaves y claros. Predominaban las formas inspiradas en la naturaleza, en la mitología, en la belleza de los cuerpos desnudos, en el arte oriental, y especialmente en los temas galantes y amorosos. El Rococó fue un arte básicamente mundano, sin influencias religiosas, que trató temas de la vida diaria y de las relaciones humanas. Fue un estilo que buscó reflejar lo que era agradable, refinado, exótico y sensual.
Dado que el papel de la mujer en la sociedad comenzó a hacerse más importante organizando fiestas y actividades sociales, los artistas encontraron su lugar para conseguir clientes quienes, en su vida cómoda y de lujos, se sentían más a gusto con escenas típicas y libres de preocupaciones que contemplando en sus salas batallas sombrías o imágenes sacras.
El término Rococó nació a partir de los neoclasicistas, que generaron una conjunción de las palabras “Rocaille” (piedra) y Coquille” (concha marina), ya que los primeros diseños mostraban mucho de la vida marina, algas, conchas y rocas subacuáticas. A pesar de esta denominación peyorativa, el Rococó fue un gran ejemplo del arte como expresión directa de una sociedad creciente, hecha a medida del individuo y diseñada sólo para el hombre, dejando de lado a dioses y monarcas. O sea, comenzó a ser exclusivo del hombre común.
El estilo se expresó sobre todo en la pintura, la decoración, el mobiliario, la moda y en el diseño y producción de objetos. Su presencia en la arquitectura y la escultura fue menor, puesto que sus ámbitos naturales eran, fundamentalmente, los interiores y, en menor grado, las composiciones monumentales.
Si bien el Rococó se mostró en su mayoría en el aspecto decorativo, la pintura también hizo un giro completo. En sus escenas campestres se podía ver comida sobre el pasto, picnics monumentales donde la sociedad se mezclaba con figuras mitológicas que daban frescura a los colores claros y delicados que los pintores aplicaban a figuras curvilíneas y llenas de querubines. Los motivos amorosos eran también muy usuales y aparecen las cortesanas, figuras prohibidas hasta entonces. Los retratos representaban personajes elegantes y transmitían la superficialidad de la época.
En cuanto a la escultura, en este período nacieron las famosas figurillas de porcelana que todas nuestras abuelas tuvieron sobre la repisa. Amantes elegantes y llenos de puntillas y flores, pequeñas pastorcitas y dioses míticos, todos pintados en colores muy suaves y delicados. Casi no se hicieron grandes monumentos, ya que no reflejaban al hombre en su vida diaria. A su vez, el Rococó apreció el carácter exótico del arte chino y, en Francia, se imitó este estilo en la producción de porcelana y vajilla de mesa.
Uno de los pintores más importantes de este período fue Jean-Antoine Watteau (1684–1721), quien a pesar de haber muerto a los 35 años, dejó un legado importantísimo en sus sucesores. Su género pictórico, las “fètes Galantes” o fiestas galantes, estaban llenas de erotismo y lírica. Un buen ejemplo de sus cuadros son El juego del Amor (derecha) y Los placeres de la pelota (izquierda), donde se ve un típico juego de la época con personajes elegantes y festivos.
El fin del Rococó se inició en torno al 1760, cuando personajes del nivel de Voltaire comenzaron a quejarse de la superficialidad de las obras. En 1780 lo rococó dejó de estar de moda en Francia y fue reemplazado por el orden y la seriedad del estilo Neoclásico. De todos modos, fuera de Francia se mantuvo en vigencia hasta que el imperio Napoleónico impulsa el llamado “Estilo Imperio” y entra en decadencia la segunda etapa del neoclásico.
En 1820 y 1870, Inglaterra renovó su interés por estas piezas volviendo a llamarlo “Estilo Luis XIV” como se lo llamaba en el comienzo. Para este entonces, en Francia se podían conseguir objetos de segunda mano a muy bajo precio, hasta que artistas como Delacroix redescubrieron el valor de los colores ligeros y suaves. Como siempre todo volvió a ser nuevo, cuando en su momento fue importante.
El dato porteño:
¡Nada más y nada menos que la catedral de Buenos Aires!
Ubicada en Rivadavia y San Martín, frente a Plaza de Mayo, tiene fachada neoclásica, pero su interior es mucho más viejo. Es el último lugar de descanso de la más reverenciada figura histórica Argentina, el líder que iluminó la batalla del país por la independencia, General José de San Martín. Abierto todos los días. Desde la primera capilla de adobe de 1593 hasta La Catedral actual, hubo en este sitio seis edificios diferentes que cumplieron la función de templo mayor, los que debieron ser renovados por la precariedad de los materiales y defectos estructurales. La iglesia actual se completó entre 1752 y 1852, aunque su decoración concluyó en 1911. En su interior posee un ámbito espacioso y claro con dos laterales en los que abren amplias capillas, sus generosas dimensiones se comunican entre sí y hacen que pueda hablarse de cinco naves, dilatando aún más el espacio. El altar mayor, dorado de majestuosas proporciones, se impone en el medio como el punto más conspicuo del centro. Sus formas sinuosas, espiraladas, su ornamentación en base a flores y rocalia, delatan la filiación rococó de la obra. En el brazo izquierdo hay un altar con una imagen del Santo Cristo de Buenos Aires: se trata de una escultura de tamaño natural, en madera de algarrobo policromada, que representa al crucificado antes de su muerte. Al final de la nave izquierda se llega a un altar de interesantes características dedicadas a la virgen de los Dolores, una de las primeras traídas al país. La catedral fue declarada monumento histórico el 21 de mayo de 1942.
Luciana Salis
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