En los primeros programas del año hablamos sobre la izquierda y la derecha. Remarcamos cuáles son los desafíos a los que tiene que responder cada visión política. La derecha debe demostrar que la desigualdad es justa; la izquierda, cuánta violencia es necesaria y en qué casos, además convencer al pueblo de seguir a sus dirigentes casi como una cuestión de fe, aceptando lo que ellos plantean como estrategia necesaria para llegar a algún tipo de socialismo. Hoy seguiremos reflexionando sobre otra categoría importante a la hora de resolver a quién votar: Los Pobres.
No es casualidad que todos los analistas políticos remarquen como conflictivo al candidato a la vicepresidencia en la hipotética reelección de Cristina Fernández. Si es alguien relacionado con la dirigencia gremial o de la estructura del partido justicialista, perderá parte del electorado de clase media; en cambio, si elige a alguien perteneciente a sectores afines por fuera del justicialismo, perderá parte del electorado más ortodoxo. Recordemos que el kirchnerismo tiene una relación conflictiva con el peronismo, durante la crisis del campo se recostó en el aparato para sobrevivir lo que parecía el final de sus días. Sin embargo, una vez superada la crisis, las políticas implementadas (ley de medios, matrimonio igualitario) requirieron la apertura de alianzas a sectores progresistas que viven por fuera del justicialismo.
Los pobres, aquella masa uniforme y que carece, a los ojos del sentido común, de una visión a largo plazo, es una de las fuentes más controversiales a la hora de una elección. Los candidatos buscan equilibrar su mensaje, apuntan a los pobres por ser el sector con mayor cantidad de votantes pero intentando no asustar a la clase media o alta. Desde que los partidos políticos renunciaron a sus anclajes de clase y pasaron a llamarse “atrapa todo” (referencia obligada al bipartidismo estadounidense), sobrevino este conflicto estratégico.
¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de pobres? Muchos pensadores ven en los pobres el mayor obstáculo para el progreso del país. ¿Acaso no son ellos los que arruinan todas las estadísticas? Sin ir más lejos, se los acusa cuando no quieren trabajar por $5; también se los acusa cuando eligen a Menem, Duhalde, De La Rúa o Kirchner; mucho más cuando no comprenden a López Murphy o los desacuerdos teóricos entre grandes economistas, etc.
Analizando algunas de las reflexiones más comunes, taxistas y porteros, observamos que la vida de los pobres es una conspiración para que los ricos la pasen mal, sientan culpa o no disfruten de sus exorbitantes ganancias. Pareciera también, hablando de los planes sociales, que existía pleno empleo hasta que a un gobierno populista (no sería otro que el menemismo) se le ocurrió la grandiosa idea de subsidiar a las amas de casa o implementar la Asignación Universal por Hijo; luego todo se transformó en un círculo vicioso, los pobres dejaron de trabajar en masa hasta llegar al 25% de desocupación en el 2001. Es evidente que el tiempo y las razones pueden doblarse o quebrarse según la necesidad ideológica.
Resulta difícil de creer, pero quienes no llegan a esos sectores se amparan en su nombre. La izquierda habla de lo que el pueblo quiere: nacionalización de los bancos o política internacional de perpetua denuncia contra el imperio; la derecha habla de ciudadanos que quieren defenderse solos: no quieren la injerencia del Estado, “ellos pretenden que los dejemos trabajar libremente, que nadie les corte el derecho de ir al trabajo”. Y así sustantivamente, como decía el genial chavo del ocho, uno de los pobres más emblemáticos a nivel mundial.
El objetivo de la columna es exponer la ridiculez de algunas posturas teóricas y/o del sentido común, todo en un mismo texto le quita dramatismo a la respuesta obligatoria. Son prejuicios que no tienen relación alguna con la realidad. Así todo, cualquiera puede creer que las pirámides son obra de una inteligencia superior, los esclavos egipcios estarían agradecidos por semejante reconocimiento.
Pablo Llentilin
Pablo Llentilin
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