Cuando la casualidad es más fuerte que la causalidad, opera un pequeño milagro. De allí nacieron estas palabras, mejor dicho de un librito que llegó a las manos del cronista por casualidad.
En este mundo todo parece posible menos la creencia de una verdad (no la VERDAD, sino una verdad). Y como estamos cansados de tanto “cada uno puede y dice lo que piensa”, vamos a darle el lugar y la responsabilidad a quien corresponde para que cierre esta editorial anunciando una verdad.
Pero todo nació de un librito, y en él encontré la siguiente fábula del budismo zen:
“-Un hombre – contó el maestro a sus alumnos – tiene que encarar un largo viaje. En el camino se topa con un río. ¿Cómo cruzarlo? A nado, imposible. Piensa y piensa. Al mirar a su alrededor ve árboles, ramas, y decide hacer una balsa. La confecciona y cruza el río.
La pregunta del maestro es la siguiente: ¿Debe el hombre conservar la balsa, cargarla sobre sus hombros durante el trayecto hasta el próximo río que habrá de cruzar? ¿O debe desechar la balsa y lanzarse a la aventura y a la espera de lo que vendrá?
La respuesta correcta es usarla y luego desecharla, nadie sabe del próximo río y por tanto nadie sabe por anticipado si la necesitara. La seguridad es un peso, confortable, pero impide caminar”
Vale decir que la metafísica y el sentido común, a veces, se expresan con las mismas palabras. Sólo hace falta poner en situación al sentido común para que éste avance según su naturaleza.
De todas maneras, lo peculiar de la anécdota es que habla sobre nuestras necesidades. Y aquí va una leyenda jasídica, antes de pasar al Mismísimo y el cierre con la tan publicitada verdad.
“Un grupo de judíos pobres imaginaba utopías de vida. Uno quería dinero, el otro un yerno, el tercero un nuevo banco de carpintero, etc. Había también un mendigo que diseño su sueño de esta manera:
-Quisiera ser un rey poderoso y reinar en un vasto país, hallarme una noche durmiendo en mi palacio, y que desde las fronteras irrumpiese el enemigo, y que antes de amanecer los caballeros estuviesen frente a mi castillo y que no hubiera resistencia y que yo, despertado por el terror, sin tiempo siquiera para vestirme, hubiese tenido que emprender la fuga en camisa y que, perseguido por montes y valles, por bosques y colinas, sin dormir ni descansar, hubiera llegado sano y salvo hasta este rincón”
Los compañeros escucharon el relato. Luego, con asombro, le preguntaron:
-¿Y qué hubiera ganado?
-Una camisa – fue la respuesta”
Las dos fábulas nos interpelan acerca de nuestras necesidades. La primera, nos dice que no podemos saber qué nos deparará el futuro, por tanto esta obsesión de prepararnos a él es, por lo menos, ridícula. En la segunda, alguien se las ingenia para satisfacer sus carencias. Pero hablando de necesidades, ¿cómo es posible que podamos asegurar qué necesitaremos tal o cual cosa? Una de las forma de entender esto es aceptar que somos capaces de prever el futuro, nuestro destino, anticipando incluso sus necesidades. Se le confiere al destino felicidad, en tanto no tengamos insatisfacción y, a la vez, podamos disfrutar el momento. Otra, tal vez un poco pesimista, es que todos creemos saber que necesitaremos porque nunca nos vamos a apartar de un recorrido. Que aún cuando sea dibujado por nuestras propias manos, funciona como cadena a la hora de darse el lujo de cambiar de dirección en algún momento, por la simple voluntad de la intuición o el desvarío del aburrimiento.
Ahora sí, dejemos vía libre al Mismísimo para que exponga su verdad: “no somos libres, y a joderse”
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