lunes, 13 de septiembre de 2010

Libros: Franz Kafka

Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un ambiente puramente alemán, y se doctoró en derecho.
Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo, que es un movimiento político internacional que fue el promotor y responsable en gran medida de la fundación del moderno Estado de Israel. Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de tuberculosis, que sería la causante de su muerte.
A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de burócrata en una compañía de seguros de Praga, Franz Kafka se dedicó intensamente a la literatura.


Su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad expresa, pues ordenó a su íntimo amigo y consejero literario Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, constituye una de las cumbres de la literatura alemana y se cuenta entre las más influyentes e innovadoras del siglo XX.
En la línea de la Escuela de Praga, de la que es el miembro más destacado, su escritura se caracteriza por una marcada vocación metafísica y una síntesis de absurdo, ironía y lucidez. Ese mundo de sueños, que Franz Kafka describe paradójicamente con un realismo minucioso, ya se halla presente en su primera novela corta, Descripción de una lucha.
En 1913, el editor Rowohlt accedió a publicar su primer libro, Meditaciones, que reunía extractos de su diario personal, pequeños fragmentos en prosa de una inquietud espiritual penetrante y un estilo profundamente innovador, a la vez lírico, dramático y melodioso. Tanto el primero como los siguientes libros pasaron desapercibidos. El estallido de la Primera Guerra Mundial y el fracaso de un noviazgo en el que había depositado todas sus esperanzas señalaron el inicio de una etapa creativa prolífica.
Entre sus cuentos podemos encontrar El proceso, La metamorfosis, La condena, El chofer, El castillo; También se conoció la correspondencia que mantuvo con una de sus mujeres, la escritora checa Milena Jesenska-Pollak. El último año de su vida Franz Kafka encontró en otra mujer, Dora Dymant, el gran amor que había anhelado siempre, y que le devolvió brevemente la esperanza.
La existencia atribulada y angustiosa de Kafka se refleja en el pesimismo irónico que impregna su obra, que describe, en un estilo que va desde lo fantástico de sus obras juveniles al realismo más estricto, trayectorias de las que no se consigue captar ni el principio ni el fin. Sus personajes, designados frecuentemente con una inicial (Joseph K o simplemente K), son zarandeados y amenazados por instancias ocultas. Así, el protagonista de El proceso no llegará a conocer el motivo de su condena a muerte, y el agrimensor de El castillo buscará en vano el rostro del aparato burocrático en el que pretende integrarse.
Los elementos fantásticos o absurdos, como la transformación en escarabajo del viajante de comercio Gregor Samsa en La metamorfosis, introducen en la realidad más cotidiana aquella distorsión que permite desvelar su propia y más profunda inconsistencia, un método que se ha llegado a considerar como una especial y literaria reducción al absurdo. Su originalidad irreductible y el inmenso valor literario de su obra le han valido a posteriori una posición privilegiada, casi mítica, en la literatura contemporánea.


Mucho ruido.

Estoy sentado en mi pieza, en el cuartel central del ruido de toda la casa. Siento golpear todas las puertas; los ruidos que éstas hacen me ahorran solamente oír pasos de los que se mueven entre ellas, pero todavía puedo percibir el golpe con que cierran las portezuelas del horno. El padre se abre paso por la puerta de mi pieza y la atraviesa arrastrando el salto de la cama; en la habitación contigua raspan por dentro la estufa para quitarle la ceniza; desde el extremo del vestíbulo Valli pregunta, destacando cada palabra, si ya han limpiado el sombrero del padre; un chistido, que pretende ganarse mi buena voluntad, destaca aún más el grito de una voz que contesta. Accionan el picaporte de la puerta de calle, que hace un ruido como de garganta con catarro, a partir de lo cual se abre con el canto de una voz de mujer, y finalmente se cierra con un sordo, varonil empujón que suena de la forma más desconsiderada. El padre ha partido; ahora comienza el ruido más suave, más difuso, más desesperanzado, que corre por cuenta de las voces de dos canarios. Ya antes lo estuve pensando, y ahora, al oír los canarios, se me vuelve a ocurrir: si no debería entreabrir un poco la puerta, colarme como una víbora en la pieza de al lado, y así, desde el piso, pedir a mi hermana y a su niñera que hagan silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario